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El éxodo venezolano apunta a República Dominicana

Tadeo Pino tiene 25 años y acaba de montar un puesto de ropa en Santo Domingo. Nada extraño, si no fuera porque a su corta edad ha dejado un país históricamente receptor de inmigrantes y se ha lanzado a Santo Domingo, sin un futuro determinado. Nacido en Valencia, Venezuela, este incipiente profesional de los negocios forma parte de los miles de venezolanos que en los últimos meses han elegido República Dominicana como parte de un masivo éxodo forzoso.
“Llegué hace nueve meses por la situación de allá, que era crítica. Buscaba una mejora y aquí conocía a otro venezolano que me acogía”, se lamenta frente a los pantalones y camisas que ofrece en el cruce de la calle Duarte con París, a pocos metros de la zona colonial de esta urbe de un millón de habitantes. Aquí suelen concentrarse sus compatriotas, dedicados principalmente a la venta ambulante. “Estaba en una empresa de alimentos, pero me tuve que retirar porque no daba para subsistir. Al llegar aquí empecé como dependiente, pero luego puse mi propia tienda, con la que gano unos 15.000 pesos al mes (US$ 320)”, explica, mientras observa un futuro indeterminado y recuerda los US$ 60 de salario medio en su país. “Vine como trampolín, pero ahora me veo estableciéndome”, agrega.
Su misma impresión la comparten Darwin Landaeta y Doriandris Arguedas, de 28 y 29 años, respectivamente. Amigos de Maracay, al norte de Venezuela, se instalaron aquí hace apenas unas semanas. Con varios cubos llenos en la acera, sirven vasos desechables de jugo para ganarse la vida. A pesar de que ambos gozaron de un puesto reconocido como comerciante y profesora, “la escasez y la inseguridad eran insoportables”, esgrimen. “En Venezuela hay que esperar tres días para comprar plátanos, arroz, pañales…”, se queja ella, que aprovecha lo que le sobra al mes para mandárselo a sus hijos, de uno y siete años. “Quiero aprovechar y viajar. Solo llevo tres meses pero espero salir”, cuenta junto a ellos Raúl Marvar, de 24 años.
“Me costó 67 dólares el avión y mi intención es traer a mi familia”, apunta a su lado Wendy Martínez, casada y madre de una niña de nueve años y un niño de 11. “Tristemente ya estamos en una situación de urgencia en Venezuela. Enfermarse es un lujo por el precio de los medicamentos; la delincuencia avanza a pasos gigantes y optar a alimentos básicos es una batalla”, analiza esta antigua propietaria de una marca de helados.
La cercanía y facilidad para entrar al país, la estabilidad política y social, el económico precio de los billetes y la prosperidad que augura la nueva residencia (con un crecimiento sostenido del 7% del Producto Interior Bruto, según el Banco Mundial) son los factores principales a la hora de elegir a República Dominicana. Y no solo se quedan en su capital. Ciudades como Santiago de los Caballeros o Punta Cana hospedan también a muchos de los 142.540 venezolanos que registró en aeropuertos el
Banco Central Dominicano en 2016. Un 40% de entradas más que el año anterior, aunque no existe un detalle exacto de los que utilizaron su paso como turismo o como estadía.
La primera Encuesta Nacional de Inmigrantes, de 2012, cifró en 3.434 el número de habitantes de venezolanos en esta isla. Pedro Cano, coordinador del Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes, lo eleva hoy a unos 40.000. Y el presidente de la Fundación de Ayuda a Inmigrantes Venezolanos en la República Dominicana, Pedro José Barazarte, estima que, entre los que se encuentran en situación legal e ilegal, la cifra alcanza los 200.000 (dentro de una población total en República Dominicana de 10,4 millones).
De lo que sí se habla es de una diferencia en el tipo de migración según la época en que apareció. La “primera” es la que comenzó hace un par de años. La inestabilidad política y económica de Venezuela tras la muerte de Hugo Chávez, en 2013, movilizó a muchos que, con una buena posición de partida, constituyeron empresas medianas. La segunda ola responde a una huida por una situación de desesperación. A la búsqueda de ingresos de cualquier forma (incluso la prostitución, como han denunciado varios medios).
“La población venezolana está saliendo en todas direcciones”, sostiene el economista Miguel Ceara Hatton, de 62 años. Este especialista en desarrollo enumera los vínculos culturales, sociales e históricos que atraen a los vecinos del continente. “Hay afinidades muy grandes y una sensación de que hay oportunidades de empleo que no es real.
El crecimiento macroeconómico dominicano no genera trabajo. Hay un 15,5% de tasa de desempleo y los que llegan suelen trabajar en servicios o como algo informal aunque sean personas cualificadas. Hay alguna inversión, pero no muy destacable”, remata.
MSN/© La Tercera

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