Por: Isaías A. Márquez Díaz
Son armas con propiedades tóxicas, elaboradas a base de clorobenzilideno malononitrito (gas CS), que se arroja, encartuchada, contra manifestantes a objeto de neutralizarlos mediante sus efectos irritantes sobre las mucosas (nasal, olfatoria, respiratoria, digestiva, y la membrana conjuntiva). También pudiera causar daños cardiopulmonares irreversibles, así como a nivel de hígado y riñones, o solo molestias momentáneas, tales como lagrimeo, ardor y prurito. Se utilizan durante la Primera Guerra Mundial (1914-18) junto con fosgeno, muy venenoso y que fuese empleado durante los sucesos del 11A; además del gas mostaza, que pudiera ocasionar la muerte por edema de glotis a causa de un paro cardiorespiratorio –asfixia agónica-.
También disponen del gas pimienta, que solo pareciera ocasionar inflamación de ojos, nariz y boca.
Procedimientos que efectúan sin consideración alguna hacia niños y ancianos.
No obstante, aun cuando existe una “Convención sobre las Armas Químicas”, tratado internacional por el que se prohíbe el desarrollo, la producción, el almacenamiento, la transferencia y el empleo de armas químicas y se dispone además la destrucción de las mismas en un plazo de tiempo especifico, en vigor desde 1997. Aun así, las fuerzas de orden público de la RBV disponen de su uso, arbitrariamente, ante manifestaciones pacíficas, en violación flagrante de los Art 55–abusos de los policías- y 68–derecho a manifestarse- CRBV; irregularidades que la OEA considera como violación de los derechos humanos, propia de gobiernos autócratas, a quienes cualquier observación de organismos internacionales representa una “injerencia”, que incomoda sus pretensiones; desazón que ostentan mediante ensoberbecimiento y prepotencia.
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