Mientras la subida de los océanos ha implicado en las últimas décadas la desaparición de algunas islas del Pacífico, Holanda, en cambio, ha recorrido el camino contrario. Una ley aprobada hace cien años permitió ganarle territorio al mar y crear una provincia donde hoy viven más de 400.000 personas.
Corría el año 1918 cuando se discutió en el Parlamento neerlandés la posibilidad de cerrar un entrante de agua en el centro del país llamado "Zuiderzee" (mar del Sur en holandés) con una impresionante obra de ingeniería: el "Afsluitdijk" (dique de cierre).
La barrera, de 32 kilómetros de largo, se adentraría mar adentro para frenar el ímpetu de las olas y establecer nuevas tierras de cultivo. En su superficie, una carretera con carriles bici incluidos conectaría la Holanda Septentrional con la provincia de Frisia.
No era la primera vez que los holandeses se planteaban algo similar. La construcción sistemática de pólderes, terrenos agrícolas ganados al mar mediante el levantamiento de diques, comenzó antes de la existencia de Países Bajos como Estado, en el siglo XVI.
El ingeniero y ministro de Gestión de Aguas de la época, Cornelis Lely, presentó el plan a los diputados. Su viabilidad se puso en cuestión por su tamaño y coste, pero dos hechos fortuitos decantaron la balanza, empezando por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial.
Aunque Holanda se mantuvo como país neutral, el conflicto le causó problemas de abastecimiento de comida y se hizo urgente invertir en una mayor autonomía alimentaria. El segundo motivo determinante fue una grave inundación en 1916 con víctimas mortales que devolvió el asunto del control de las mareas a la agenda pública.
Las mayores voces de protestas vinieron de los pescadores, pues la construcción bloquearía la migración de los peces y acabaría eventualmente con el sustento de su trabajo.
"El Gobierno dijo que la seguridad y la creación de terrenos para el cultivo era más importante", explicó a Efe el historiador Remco van Diepen. "También se adoptó una ley para compensarlos en cierta manera por sus pérdidas. Tuvieron la posibilidad de comenzar nuevos negocios en otras áreas con ayudas del Estado".
Las dificultades económicas que vivió Holanda a principios de los años 20 retrasaron las obras, que se realizaron finalmente entre 1927 y 1932. Se procedió después al drenaje del agua, emergiendo así tierras destinadas, en un principio, al cultivo. Poco a poco fue surgiendo lo que años más tarde se institucionalizó como la duodécima provincia de Holanda: Flevoland.
El tiempo les dio a las nuevas tierras una segunda función. Holanda vivió tras la Segunda Guerra Mundial un "baby boom" que masificó sus principales ciudades, entre ellas Ámsterdam. Los pólderes, en cambio, estaban vacíos. "El Gobierno hizo todo lo posible para hacerlos habitables y estimular que la gente se mudara", explica el historiador.
Las ventajas eran varias: mejores instalaciones públicas, ausencia de sobrepoblación, más tranquilidad, y casas económicas y de mayor tamaño "en las que hasta puedes tener un jardín", dice van Diepen, en referencia al amplio gusto de los holandeses por la floricultura.
El crecimiento de las ciudades de Flevoland ha sido continuo, siendo Almere la que experimenta una mayor explosión demográfica. Las primeras viviendas se entregaron en 1976, pero en la actualidad viven más de 200.000 personas. Uno de sus principales atractivos es su cercanía con Ámsterdam, a apenas 21 minutos en tren.
Ajeno a todo esto, el "Afsluitdijk" sigue resistiendo el embate de las incansables mareas del mar del Norte.
El Gobierno destinará 900 millones de euros a su reforzamiento con 76.000 bloques de hormigón de 5 toneladas cada una. Los trabajos comenzarán el próximo año y su finalización se prevé para 2023. "Es una obra complicada que requiere de maquinaria muy pesada", explica a Efe Tjalling Dijkstra, portavoz de la agencia pública "El nuevo 'Afsluitdijk'".
Holanda ha organizado varios proyectos en paralelo. Uno de ellos hará posible la vuelta de los peces al antiguo mar del Sur, convertido ahora en un lago. Se hará un agujero en un lado del dique que les permitirá atravesarlo. A continuación, un río artificial les facilitará la transición de agua salada a dulce.
"Es algo muy innovador. Si hay una tormenta se cerrará, pero en circunstancias normales los peces podrán migrar cada día", indica Dijkstra, que enfatiza la compatibilidad de la seguridad del dique con proyectos medioambientales. Imposible saberlo, pero quién sabe si habrían convencido a los pescadores de los años 20. EFE / RA
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