Con el verano y las altas temperaturas, el riesgo de sufrir una insolación o golpe de calor es también elevado, pues tanto la excesiva humedad como el calor pueden provocar una deshidratación del organismo.
La insolación se produce porque el organismo es incapaz de mantener la temperatura y sube por encima de límites normales (40 o 41 ºC). Si no se trata, puede producir daños en los órganos internos; cuanto más tiempo pase, más graves pueden llegar a ser las consecuencias que, en algunos casos, puede llegar a ser fatal.
Algunas personas son más susceptibles a la insolación como los jóvenes, los mayores y las personas con sobrepeso. Dormir mal también puede incrementar nuestro riesgo de insolación.
La prevención, como siempre, será nuestra mejor arma: utilizar ropa cómoda y fresca, seguir una dieta equilibrada, ingerir bebidas frías, sobre todo agua, caminar por las zonas de sombra si es posible, evitar las horas de exposición solar más fuertes (entre las 12.00 am y las 16.00 p.m.)...
Los síntomas de la insolación son, entre otros, desmayos, agotamiento, náuseas o incluso vómitos, confusión y desorientación, taquicardia, mareos, convulsiones, respiración rápida, piel enrojecida, pérdida de la conciencia...
Para afrontar un golpe de calor leve, lo primero que tenemos que hacer es eliminar toda la ropa posible de la persona que ha sufrido la insolación; situarla en un sitio fresco, a ser posible también a la sombra y cubrirla con una sábana fina. Colocar un ventilador delante de ella mientras humedecemos su piel con una esponja húmeda o un spray cargado con agua fresca, aplicar compresas de hielo en el cuello, la espalda, la ingle y las axilas, ayudará a que comience a recuperar su temperatura corporal. También puede sumergirse el paciente en una bañera con agua fría e hielo.
No se recomienda tomar el sol durante al menos dos semanas tras haber sufrido una insolación.
Fuente: Muy Interesante
OS
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