Muy lejos de las idílicas imágenes turísticas de Tailandia, el profundo sur del país lleva 15 años sumergido en un sangriento conflicto separatista que permanece casi invisible a pesar de sus más de 7.000 muertos.
En la ciudad de Pattani, unos 1.000 kilómetros al sur de Bangkok, los constantes controles militares se mezclan con los numerosos carteles y actos electorales de cara a las elecciones generales que Tailandia celebrará este domingo 24 de marzo.
"Voy a votar por primera vez. Y lo hago ilusionada, con el deseo de que este conflicto acabe ya. Quiero que los turistas extranjeros y visitantes de otras partes del país vuelvan aquí como hacían antes", comenta a Efe Salma, una joven de 19 años que pasea con la cabeza cubierta por un hiyab delante de una mezquita de Pattani.
Más de 7.000 muertos y 20.000 heridos -la mayoría civiles- es el balance de los pequeños pero incesantes ataques y tiroteos que el movimiento separatista musulmán ha perpetrado en el sur de Tailandia desde que intensificó la lucha armada en 2004, después décadas de letargo.
Los rebeldes musulmanes, que denuncian discriminación por parte de la mayoría budista del país, exigen más independencia o la independencia de las tres provincias sureñas de Yala, Pattani y Narathiwat, que conformaron el antiguo sultanato de Patani antes de su anexión a la actual Tailandia a principios del siglo XX.
Una lucha armada sin relación con el yihadismo internacional que, a pesar de sus letales consecuencias, permanece ausente del debate político en Tailandia y de las páginas de los medios nacionales e internacionales.
Los comicios del próximo domingo son los primeros desde el golpe de Estado de 2014 en el que los miliares tomaron el poder. Un periodo en el que se ha gestionado el conflictivo del sur con mano dura y se ha elevado aún más la presencia militar en la zona.
"Los militares han conseguido que el conflicto haya bajado en intensidad. Durante 2017 y 2018 el número de atentados ha disminuido pero el Gobierno no ha sabido sacarle partido y el rechazo a los militares ha aumentado", explica Efe el profesor Srisompob Jitpironsri.
El director del Centro de Estudios de Conflictos y Diversidad Cultural de la Universidad Príncipe de Songkhla en Pattani sostiene que la presión militar es asfixiante debido al despliegue de 60.000 miembros de las fuerzas de seguridad y la vigencia del estado de excepción.
Aunque la popularidad de los insurgentes está cayendo, la simpatía por estos grupos, que operan en diversas células y cuyo liderazgo es difuso, ronda el 20-30 por ciento de la población, según las estimaciones de la organización Deep South Watch.
"Mientras continúen los militares en el gobierno no se podrá resolver el conflicto. No hay confianza entre las partes y así no se va a llegar a nada", comenta Worawit Baru, candidato del partido musulmán Prachachart, la fuerza favorita en la provincia en las elecciones del domingo.
El veterano político, que mantiene contactos con unos grupos insurgentes que cuentan con un unos 3.000 o 4.000 miembros activos, denuncia el secretismo en las conversaciones de paz que se mantienen en Malasia desde hace más de un década y cree que la solución para terminar con el conflicto armado llega por "reconocer una mayor autonomía y autogobierno"
Mientras, el hartazgo es la tónica sobre todo entre las nuevas generaciones de estas tres provincias en el que más de 80 por ciento de la población es musulmana y de etnia malaya.
"Voy a votar a Nuevo Futuro (una formación recién creada muy popular entre los más jóvenes). Los partidos tradicionales no han hecho nada, no les importa Pattani. Hay que probar algo diferente y mejorar de una vez por todas la economía", explica agitada Kamarin, una pescadera de 27 años en su puesto del mercado municipal.
La economía es la primera preocupación para muchos que ven como una región de por sí deprimida sufre al igual que el resto del sur de Tailandia la caída del precio del caucho.
"La gente joven más formada está cansada de la violencia. Quieren abrir la sociedad, que sea más multicultural y menos identitaria", apunta el profesor Srisompob.
En su estudio frente a un enorme arrozal, el reconocido artista local Jehabdulloh Jehsorhoh prepara su próxima exposición. Sus lienzos e instalaciones repiten las alusiones al estigma de la identidad musulmana y la violencia del conflicto.
En la obra "My home at Pattani" ("Mi hogar en Pattani") de las ramas de un frondoso árbol cuelgan granadas y pistolas sobre un fondo rojo.
"Parece un simple árbol ¿verdad? Es como este conflicto, aunque no lo parezca a primera vista, la violencia está ahí a diario. Es una guerra", comenta el artista que pide a la comunidad internacional que no permanezca ciega y se involucre en traer la paz al olvidado y profundo sur de Tailandia.
EFE / RA
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