Comercios blindados, furgones del servicio postal depositando papeletas a última hora, un recuento lento y de infarto con los candidatos lanzando mensajes sin conocer al ganador… La ansiedad y el catastrofismo se apoderaron este martes de la jornada electoral de Estados Unidos, un país que perdió la fe en sí mismo.
La polarización que vive la sociedad estadounidense, en un año marcado por una triple crisis sanitaria, económica y social, hizo que las emociones dominaran en estos comicios sin dejar espacio a la razón.
Desde críticas a la integridad de las elecciones sin base ni fundamento, hasta el temor de numerosos ciudadanos por una reacción violenta al resultado de las urnas. En estas elecciones, Estados Unidos no parecía la democracia consolidada que llegó a marcar la pauta a seguir en el resto del mundo occidental.
El viejo proceso electoral de Estados Unidos, curtido durante décadas e imitado por numerosos países, ha sido incapaz de contener el terremoto provocado por nuevos fenómenos como la desinformación en redes sociales o la injerencia extranjera a través de la tecnología.
Y en ese agitado escenario, la trágica pandemia mundial no hizo más que contribuir al ambiente de caos en el que votaron los estadounidenses.
Miedo a un estallido de violencia
Estados Unidos llegó a confiar tan poco en si mismo que blindó sus ciudades ante posibles estallidos de violencia que no se produjeron.
El 44 % por ciento de los votantes de California esperaban disturbios en la noche electoral, aseguraba una encuesta previa de la Universidad de Berkeley. Por el momento no los hubo, pero por si acaso calles como la mítica Rodeo Drive de Beverly Hills cerraron sus accesos, se llenaron de policías y tapiaron los edificios de arriba a abajo.
La capital, Washington DC, parecía un búnker en el día que debía ser la gran fiesta de la democracia. Nueva York, San Francisco, Austin… las grandes ciudades repetían la misma estampa.
¿Contará mi voto?
El voto anticipado fue la opción preferida para más de 100 millones de estadounidenses. Cifra récord.
En su mayoría, las papeletas llegaron por correo, aunque el viaje desde los buzones hasta los centros de votación fue tortuoso. El Servicio Postal se comprometió a entregar los votos a tiempo después de exponer sus dudas por el enorme despliegue que requería.
Así, mientras los ciudadanos votaban, furgones cargados de sobres llegaban a los centros electorales y los representantes de la agencia iban actualizando las entregas con la intención de calmar los ánimos.
“Muchas personas llegan aquí para depositar su sobre porque no confían en que pueda llegar por correo”, aseguraba a Efe una voluntaria en un centro de votación de Los Ángeles.
Que el presidente del país, Donald Trump, señalara al voto por correo como la base del fraude electoral y que el FBI, una agencia gubernamental, desmintiera tal sospecha no hizo más que aumentar la paranoia.
Pasadas las 4 de la mañana en la costa este de EEUU ni los ciudadanos, ni los periodistas, ni los candidatos conocían al ganador. Un recuento ajustado, con diferencias de uno y dos puntos porcentuales, hizo que las televisiones alargaran la emisión hasta la madrugada especulando sobre resultados que no llegaban.
Bien pasada la medianoche, cuando Trump iba con ventaja, habló y se proclamó ganador con un discurso en el que a falta de contar millones de votos aseguró que si cambiaba la tendencia sería un fraude electoral.
Antes había salido su oponente, Joe Biden, para tranquilizar los nervios de sus seguidores y recordar que quedaban muchas papeleteas por contar.
El escenario más catastrófico llegó y los aspirantes a la Casa Blanca podrían irse a dormir sin saber quién es el presidente del país. Por si los tribunales acaban teniendo la última palabra, las donaciones a las campañas electorales continuaron a pesar del fin de una fase. Quieren estar prevenidos no sea que, terminado este proceso, empiece otro mucho más complejo y desgarrador para una sociedad que ya muestra rupturas.
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