Por: Ing. Agr. M. Sc. Werner Gutiérrez Ferrer
Profesor y ex decano Facultad de Agronomía LUZ
@WernerGutierrez
Evito caer en la discusión estéril de si Venezuela se arregló o no. Son suficientes los indicadores que demuestran que el daño causado por el “Socialismo del siglo XXI”, nos mantiene sumergidos en una profunda crisis económica, social y política.
Sin embargo, son innegables los avances logrados por un grupo cada vez más amplio de valientes, quienes desde el sector empresarial agroalimentario privado comienzan a generar cambios importantes en un proceso que lo definí en el año 2019, como “la reinversión de la agricultura venezolana”.
Los tercos del campo venezolano, como se les conoce, son almas comprometidas con los verdaderos intereses nacionales, de profundo arraigo por el trabajo digno de producir alimentos para una sociedad maltrecha, conscientes que más allá del discurso de moda de si se arregló o no Venezuela, nuestra única opción es seguir “con las botas puestas y echando llave”.
El agro nacional ha sorteado los más duros momentos en las últimas dos décadas. Gracias a nuestra empresa privada logró el acceso a agroinsumos de calidad y a repuestos de maquinaria e implementos agrícolas. Mediante alianzas, accedieron a nuevas y eficientes tecnologías para mejorar la productividad de cultivos y rebaños, mitigando así parcialmente el desfavorable ambiente que prevalece en el escenario económico venezolano.
En balance presentado por FEDEAGRO, se estima que la producción de maíz en Venezuela en el presente ciclo, crecerá cerca del 18 % con respecto al 2021. El 2019 fue el último año de caída sostenida en la producción de este cereal, sin embargo para el 2021 la cosecha alcanzó la cifra de 850 mil toneladas, muy lejos aún de las 2.2 millones de toneladas alcanzadas en el año 2008. Similares resultados se presentan en el arroz.
Estoy convencido que sólo bajo un nuevo modelo político, agrícola y económico lograremos construir la nueva Venezuela agroexportadora. No obstante, no debemos minimizar este admirable proceso iniciado desde nuestros campos por pequeño que parezca su efecto frente a la gravedad de la situación actual.
Genera alarma la ausencia de políticas de estado para adecuar nuestro frágil sistema agroalimentario, a la situación del comercio global de alimentos amenazado durante los últimos años por la pandemia, cambio climático, crisis energética, y al que ahora se suman las graves consecuencias del conflicto Rusia – Ucrania. El secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha advertido sobre “el fantasma de una escasez global de alimentos” que podría durar varios años.
El presidente de la Organización Mundial de Agricultores (WFO por sus siglas en ingles), afirma “no estoy seguro que sea posible evitar una crisis alimentaria… la cuestión es cuán amplia y profunda será”. Muchas señales lo indican, el mundo corre el riesgo de acercarse a lo que algunos especialistas definen como una “catástrofe alimentaria”.
India, segundo país en cultivo de arroz después de China, considera limitar las exportaciones de este grano para evitar enfrentarse a aumento en los precios o escasez. Ya esta nación había prohibido la exportación de trigo y azúcar. Desde el inicio de la guerra, 23 países impusieron “restricciones a sus exportaciones de alimentos”, y “más de una quinta parte de todas las exportaciones de fertilizantes están restringidas”.
Dmitry Patrushev, Ministro de Agricultura de la Federación Rusa, anuncio que esta nación extiende por el resto del 2022 las “restricciones cuantitativas a la exportación de determinados fertilizantes”, lo que sin duda continuará impulsando encarecimiento y escasez de fertilizantes en el mercado global.
El conflicto Rusia – Ucrania está agravando de manera muy acelerada la delicada situación del sistema global de alimentación. En un país vulnerable como Venezuela, por su elevada dependencia de las importaciones, se debería haber convocado a los distintos eslabones del sistema agroalimentario para la planificación de medidas de emergencia.
Urge un cambio en las políticas agrícolas y económicas, garantizando condiciones favorables al sector agro empresarial privado, el único que ha demostrado capacidad para producir, transformar y distribuir alimentos con eficiencia, teniendo presente que “si el comercio mundial se detiene, llegará la hambruna”.
No obstante, frente a la gravedad del escenario externo e interno, el gobierno venezolano parece no inmutarse. Pese al maquillaje de algunas de las recetas del “Socialismo del Siglo XXI”, no terminan de corregirse las distorsiones estructurales que han ocasionado la disminución de la frontera agrícola, merma en los rebaños, disminución marcada en la productividad, y pérdida de competitividad.
No existe ningún impedimento de origen climático, o de suelos, que nos limite el producir la cantidad que necesitamos para autoabastecernos de los alimentos esenciales en la dieta de venezolano. Los empresarios privados del agro han demostrado que prácticamente solos, “a pulmón propio”, innovando, reinventándose, en unidad de esfuerzos, son capaces de dar la respuesta que el país espera de ellos.
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